Primero ubicamos el lugar perfecto; inclinación ideal para ver la laguna, sombra, arena fina y alejamiento suficientemente de la civilización como para no ser detectados por los radares de la normalidad. Demoramos una media hora en despegar y una vez que lo hicimos las carcajadas eran inevitables. A partir de ese momento, dejamos atrás las ataduras y éramos libres, solo hacía falta dejarse llevar; empresa nada fácil pero necesaria. Éramos cuatro, pero cuando venía la ola de viento éramos uno, estábamos completamente conectados.

Los viajes hacen que veas las cosas mas cotidianas desde otra perspectiva, que encuentres la hermosura en la normalidad. Los niños jugando al borde de la laguna, los patos, patas y patitos, las sombras, veíamos todo como si fuera por primera vez.

Pero después de las risas vinieron las sombras. El viaje nos llevaba a lugares a donde no queríamos entrar, pero a a los que era necesario ir. Embrace it decía Marcos. Sea lo que sea, todo es parte de la experiencia; el miedo, la vulnerabilidad, la falta de lágrimas y las lágrimas posteriores, todo. Son los viajes exteriores, que vienen acompañados con profundos viajes hacia el interior los que realmente nos transforman. Siendo vulnerables nos hacemos mas fuertes.

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